1 de agosto de 2017

Madera
























Cuando era chica
jugaba con maderas
a construir casas 
para mis muñecas.
El mundo era inmenso,
no sabía del dolor.
Cuando era chica
creía que mi papá
que​ construía los muebles
de nuestra casa
construiría también
los de mi casa futura.
Pero un día el tiempo
empezó a cerrarse.
Cada vez quedaban
menos maderas
menos muñecas.
El dolor comenzaba
a manifestarse
como el agua que repta
sobre una orilla.
Cuando era chica
creía que
con unas cuantas maderas
podía construir un mundo.
El tiempo era
una criatura informe
que no cabía en las manos.
A la adultez viruela
le llega su sentencia:
un padre ya cansado
de construir muebles,
un par de tablas
que no logran disimular
ningún agujero,
el tiempo
agotándose implacable
en un reloj de arena,
el dolor como figurita repetida
y una casa
que no es mía,
vacía de muñecas.




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